A menudo se quieren buscar razones económicas que expliquen el inicio o persistencia de la guerra en el mundo. Se suele decir que el gasto en armamento y seguridad es un factor de progreso económico, ya que su producción requiere grandes cantidades de acero, energía, mano de obra, tecnología, etc. Por otra parte, la actividad militar también requiere numerosos recursos que hay que producir: el transportar y estacionar tropas, carburante, alimentos, comunicaciones, etc. Todo ello, se argumenta, son factores que incrementan la producción y por tanto el Producto Interior Bruto (PIB) de un país. Dichas tesis, no sólo son sostenidas por economistas y líderes de influencia en la toma de decisiones, sino que se divulgan desde los medios y se enseñan en las universidades.
Si aceptamos la premisa implícita de este razonamiento, que es obviar la pérdida de vidas humanas y el sufrimiento físico y moral causado a vastos colectivos humanos, y nos ceñimos puramente a una evaluación materialista del fenómeno, cuesta creer que un análisis que se pretende racional, pase completamente por alto el destino a donde se dirige esta producción.
¿Acaso valen lo mismo, en las cuentas públicas de un país, cien millones gastados en producir armamento que al final acabará siendo destruido, que cien millones gastados en equipos sanitarios que mejorarán la calidad de vida de millones de ciudadanos?¿Pero qué miopía es esta? ¿Cómo podemos ir sumando números y comparando estadísticas sin querer ver qué hay detrás de cada cero? ¿El dinero empleado en destrucción no debería restar en vez de sumar?
Alguna intuición parecida debió tener el Institute for Economics and Peace cuando en su informe anual sobre la paz, Global Peace Report, se decidió a hacer una evaluación de los costes que acarrean la guerra y la violencia a nivel mundial. El informe de este año concluye que el impacto económico de la violencia a la economía global fue de 13,6 billones de dólares en 2015, en términos de Paridad de Poder Adquisitivo (PPA). Una cantidad equivalente a la economía de toda China, la segunda economía del planeta, el 13% de todo lo producido en el mundo en un año, once veces el volumen de la Inversión Extranjera Directa (IED) mundial o, si lo comparamos con la población mundial, serían cinco dólares por día para cada persona en el planeta.
En el cálculo de este impacto económico de la violencia se incluye el gasto militar, el gasto nacional en materia de seguridad y policía (gastos ambos reflejados en los presupuestos de los estados) y una estimación (más complicada de realizar) de las pérdidas ocasionadas en los conflictos armados, homicidios, crímenes violentos y de asalto sexual. Es revelador que el 70% de estos 13,6 billones de dólares corresponde a los gastos militares y de seguridad decididos por los gobiernos y reflejados en los presupuesto que anualmente se aprueban.
Los gobiernos tienen, a través de sus presupuestos, un poder de decisión muy alto en esta materia. Es la buena noticia. Podemos influir. Los ciudadanos deberíamos hacer un esfuerzo para decir a nuestros gobiernos que queremos utilizar nuestros cinco dólares. en prosperidad y solidaridad. No se trata de protestar simplemente.
Más de la mitad de la población del mundo vive con menos de esa cantidad al día. Disponer de cinco dólares, a nivel global, sería todo un festín. Seamos creativos y busquemos formas de recuperar e invertir esos cinco dólares que estamos quemando.
En un mundo que parece que observa la violencia como solución, debemos anunciar bien alto que acabar con la guerra sale a cuenta y alcanzar la paz es toda una fiesta.
Ramón Santacana és economista y profesor universitario (Artículo publicado en: www.ambitmariacorral.org)