En casa vivimos un tiempo de fuertes tensiones, de manifestaciones y contra-manifestaciones, de declaraciones y contradeclaraciones, las redes estan llenas de noticias de un lado y de otro. La palabra democracia parece tener significados muy diferentes y todo el mundo se atribuye esta palabra en propiedad negando a los otros que se puedan aplicar el apelativo democrático. Los medios de comunicación repiten que la sociedad está fracturada, que entre las familias y los amigos ya no se puede hablar de lo que está pasando en nuestro país, por miedo a romperse o dejar de hablarse. “Podemos hablar de todo menos de política” parece ser la consigna de estos días en las sobremesas familiares.
Pues esta propuesta es la más desacertada de todas, porque lo que necesitamos hoy es hablar y dialogar más que nunca. Ya hace tiempo que vivimos en una sociedad donde conviven juntos modelos y estilos de vida configurados por los valores que cada uno y cada grupo social define como válidos para él y para el resto de la sociedad. La nuestra es una sociedad abierta y plural y esto nos ha hecho promover a menudo el diálogo entre todas las convicciones, cosmovisiones y creencias. Y eso es lo que tenemos que seguir haciendo en estos momentos en todos los niveles de nuestra vida. Debemos dialogar y hablar si queremos llegar a una comprensión mutua. Hoy, más que nunca, en el ámbito familiar, entre los amigos y entre los grupos sociales debemos hablar y hablar. Enraonar (hablar, en catalán) significa dar razones, poner sobre la mesa las razones que tenemos cada uno. Sólo de esta manera las diferentes visiones podrán encontrarse y establecer un marco transversal que permita superar el conflicto.
Nuestra sociedad está madura para tener un diálogo. Siempre habrá personas y grupos más extremos incapaces de dar razones y que se envuelven en sus emociones o creen que sólo ellos tienen la razón. El resto, sin embargo, sabemos que tenemos razones y éstas son las que queremos compartir con la familia y los amigos. Necesitamos que las personas y los grupos dejen fluir las razones, las sensaciones, las emociones que en estos últimos tiempos hemos ido guardando en el corazón y en la mente. Debemos ser capaces de poner sobre la mesa todo el cúmulo de vida y de experiencias que tenemos y será entonces cuando nos daremos cuenta que las razones pueden ser válidas para unos y para los otros, porque la vida en último término no es una competencia para saber quién tiene la razón, la verdad, sino un encuentro cordial y amistoso. Las familias tenemos que entender que el mejor testimonio que podemos dar a los más pequeños, no es el de un silencio miedoso, sino que somos capaces de hablar en torno a la mesa, de darnos nuestras razones sin llamar, enfadarnos o pelearnos. ¿Cómo podemos exigir a nuestros políticos que dialoguen y hablen entre ellos, si nosotros hemos renunciado a hacerlo por miedo a la sobremesa de un encuentro familiar?
La demanda de diálogo surge de la vida concreta, de los diferentes grupos sociales que demuestran con su actitud diaria que el diálogo es posible, que no es una quimera, sino una realidad tangible y visible. Compartiendo experiencias a nivel de una convivencia real es como demostraremos que la vida, y no sólo una discusión argumental, es la que nos ayudará construir un país desde la concordia, donde todos podemos vivir según lo que pensamos y queremos, siempre que no hagamos daño a nadie ni a nosotros mismos.
Deberíamos evitar caer estos días en la trampa de hablar sólo usando grandes palabras, como democracia, paz, libertad, Cataluña, España, etc. Las ideas a nivel abstracto pueden ser más o menos claras, incluso nos pueden ayudar a definir los conceptos con claridad. Pero lo que es importante para llegar a entendernos son las razones que hacen que una experiencia sea más deseable que otra, que veamos que es un bien real para las personas, que cuando buscamos el bien más común posible para todos juntos es cuando más fácilmente llegamos a entendernos.
Pongo un ejemplo de lo que quiero decir, una experiencia vivida en mi casa el pasado 1 de octubre. Como pasa en muchas familias no todos los hermanos pensamos lo mismo. Y hay hermanos de visiones muy opuestas, de pensamientos ideológicos totalmente contrarios. Estos hermanos que parecía que no podían hablar tuvieron un gesto significativo. Uno de ellos por sus dificultades físicas quería ir a votar pero necesitaba que alguien le acompañara. Mi hermana que estaba totalmente en contra de estas votaciones, que hubiera hecho todo lo posible para evitarlas (siempre de manera pacífica), acompañó a su hermano a votar. Y no sólo lo acompañó, sino que cogió la papeleta, marcó el sí y su (mi) hermano votó a favor de la independencia. Admiro la generosidad de mi hermana de permitir que un hermano ejerceciera un voto en una urna en la que ella no creía. Después, a la hora del almuerzo, volvieron las discusiones, los criterios diferentes, pero, para mí, lo que cuenta es el gesto que tuvo. La democracia se juega en la vida y no sólo en las discusiones de sobremesa.
Es tiempo de gestos, de ver la vida de los demás, porque ante lo que hacemos y cómo vivimos pocas cosas podemos cuestionar. Después nos sentaremos a charlar y pondremos nuestras concepciones en común y podremos discutir horas y horas e incluso no llegar a ningún acuerdo. Pero la experiencia me demuestra que cuando bajamos al que hacemos y a lo que vivimos nos ponemos más rápidamente de acuerdo, y si no somos capaces de hacerlo, no rompemos los vínculos ni el deseo de seguir hablando.
Estoy seguro de que en nuestra tierra se dan muchos escenas similares a la que vivimos en mi casa. Situaciones que no nos cuentan los medios de comunicación, pero que si las hacemos visibles son las que tejen y hacen posible la convivencia. Debemos hablar sin buscar una verdad abstracta y esencial, sino el bien de la gente, aunque su bien no coincida ideológicamente conmigo. Hemos de lograr el reconocimiento y la estima de unos y otros y es desde esta plataforma que luego podremos entrar en el debate de los conceptos, de las ideas y de las grandes verdades.
Jordi Cussó es presidente de la Fundación Carta de la Paz